Un orador demostraba la existencia de Dios y otro demostraba su inexistencia. Y la loca de pelo blanco y amarillo con el lazo azul grande y sucio, el vestido blanco a rayas, las zapatillas deportivas, los tobillos sucios al aire y el perrazo de pelaje espeso y encostrado. y estaban el guitarrista, el del tambor y el flautista paseando por ahí, los borrachos dormidos en la hierba y mientras tanto la guerra se nos echaba encima pero de algún modo nadie discutía sobre la guerra o al menos nunca lo oí.
a media tarde entraba en uno de los bares de la calle 6ª. tenía 19 años pero aparentaba 30. pedía un whisky con agua. me sentaba en un reservado y nadie me molestaba mientras la guerra se nos echaba encima. mientras la tarde se tornaba crepúsculo me negaba a pagar las copas. y pedía más. -¡ponme otra copa o destrozo el garito! -de acuerdo- me decía-, una más pero es la última y no vuelvas, por favor. Me gustaba ser joven y malvado. el mundo no tenía ningún sentido para mí. a medida que iba oscureciendo regresaba a Pershing Square y me sentaba en los bancos a mirar y escuchar a la gente. los borrachos en la hierba hacían circular botellas de moscatel y oporto mientras la guerra se nos echaba encima.
no me interesaba la guerra. no tenía nada, no quería nada. tenía mi media pinta de whisky y echaba traguitos, liaba cigarrillos y esperaba. había leído la mitad de los libros de la biblioteca y los había vomitado.
la guerra se nos echaba encima. el guitarrista tocaba la guitarra. el del tambor le daba al tambor. y el flautista tocaba aquel trasto y se nos echaba encima, el aire era limpio y fresco. las estrellas colgaban a apenas unos centenares de metros por encima de nosotros y se veían las ascuas encendidas de los cigarrillos había gente que tosía y reía y maldecía, algunos parloteaban y otros rezaban y muchos estaban allí sentados sin hacer nada, no había nada que hacer, era 1939 y nunca volvería a ser 1939 en Los Ángeles ni en ningún otro sitio y era joven y malvado y delgado y no volvería a ser así nunca mientras se nos echaba encima.
Un hombre calvo con extraños mechones de pelo encima de cada oreja estaba esperándome.
ResponderEliminar-¿Sí? –me preguntó, observándome por encima de la hoja de papel.
-Soy un escritor temporalmente bajo de inspiración.
-¿Ah, un escritor, eh?
-Sí.
-¿Está seguro?
-No, no lo estoy.
-¿Qué es lo que escribe?
-Relatos cortos principalmente. Y estoy en mitad de una novela.
-¿Una novela, eh?
-Sí.
-¿Cómo se titula?
-La gotera en el grifo de mi destino.
-Oh, eso me gusta. ¿De qué trata?
-De todo.
-¿De todo? ¿Quieres decir, por ejemplo que trata sobre el cáncer?
-Sí.
-¿Y qué me dices de mi esposa?
-También aparece.
-No me digas. ¿Por qué quieres trabajar en una tienda de vestidos para señora?
-Siempre me han gustado las señoras en vestidos de señora.
-¿Estás exento del servicio?
-Sí.
-Déjame ver tu cartilla militar.
Le enseñe mi cartilla militar. Me la devolvió.
-Estás contratado.
factotum
Grande Bukowski, tiene miles de imitadores pero él es único, único como Fante, único como Celine.... tiene ritmo, intensidad, desgarro....
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