El único consuelo es comprenderse
permitiendo, eso sí, un margen de error
donde quepan los jueves neurasténicos
de mayo, los reproches adiposos,
las lecturas frugales de novelas
y el sexo renegado del kiosco.
Y muy de vez en cuando, con cautela
-tras seis o siete copas, nunca menos-,
adivinar cuál fue nuestro pasado,
al salir a la noche como cuervos
que odian la poesía cuando mienten
y escriben en el hielo que hay futuro.
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