“La ficción es experimentación; cuando deja de ser eso sencillamente deja de ser ficción. Uno nunca escribe una oración sin sentir que jamás ha sido escrita de esa manera y que, tal vez, hasta la sustancia de esa oración jamás ha sido percibida así. Cada línea es una innovación. Cuando estoy escribiendo un cuento que me gusta es realmente como si… es…, bueno, es algo maravilloso. Esto es lo que puedo hacer y amo hacerlo. Puedo darme cuenta de que es algo bueno. Le digo a Mary y a los niños, “De acuerdo, me voy de viaje, dejadme solo, vuelvo en dos o tres días”. Y, no, jamás me he sentido como un Dios a la hora de escribir. No, la sensación es de total y completa utilidad. Todos nosotros tenemos un poder que controlamos, es parte de nuestras vidas: lo tenemos en el amor y en el trabajo que amamos hacer. Es una sensación de éxtasis, tan simple como eso. La sensación de que “ésta es mi utilidad y puedo llevarla a cabo hasta el final”. Algo que siempre te deja sintiéndote muy bien. En resumen: tu vida tiene un sentido después de todo… No conozco quiénes son mis lectores pero son gente maravillosa y parecen vivir vidas independientes y apartadas de los prejuicios de la publicidad, el periodismo y el irritante mundo académico. La habitación donde yo trabajo tiene una ventana que da a un bosque, y a mí me gusta imaginarme que todos ellos –estos entusiastas, adorables y misteriosos lectores- están allí, escondidos detrás de los árboles, mientras yo escribo un cuento más, un cuento menos”.
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