Daniel 1,20
Es sencillo definir el amor, pero se prodiga poco en la secuencia de los seres. A través de los perros rendimos homenaje al amor y a su posibilidad. ¿Qué es un perro sino una máquina de amor? Le ponen delante a un ser humano, le encargan la misión de amarlo y, por poco agraciado, perverso, deforme o estúpido que sea el ser humano, el perro lo ama. Esta característica era tan asombrosa para los humanos de la antigua raza, los impresionaba tanto, que la mayoría –todos los testimonios concuerdan- terminaba por corresponder al amor de su perro. Así que el perro era una máquina de amor capaz de entrenamiento; cuya eficacia, no obstante, se limitaba a los perros y nunca se extendía a otros seres humanos.
De ningún tema se habla tanto como del amor, tanto en los relatos de vida de los humanos como en el corpus literario que nos han dejado; abordan el amor homosexual y el amor heterosexual, sin que hasta ahora nadie haya podido descubrir una diferencia significativa entre ambos; tampoco ha habido ningún tema tan discutido y que haya causado tanta controversia, sobre todo durante el período final de la historia humana, en el que las oscilaciones ciclotímicas referentes a la creencia en el amor fueron constantes y vertiginosas. En resumen, ningún tema parece haber preocupado tanto a los hombres; incluso el dinero, incluso las satisfacciones de la lucha y de la gloria pierden, en comparación, su fuerza dramática. El amor parece haber sido para los humanos del último periodo del súmum y lo imposible, el arrepentimiento y la gracia, el punto focal donde podían concentrarse todo el sufrimiento y toda la alegría. El relato de vida de Daniel 1, duro, doloroso, tan inmoderadamente sentimental, como francamente cínico, contradictorio desde cualquier punto de vista, es característico a este respecto.
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