Siempre tuve una especie de mochila, nada más que una pieza de tela o piel atada con un nudo. Mi bolso, valioso compañero, produce, al ser abierto, un mundo definido por su contenido: un fluir único, amado.
Este bulto fuera de lo común ha sido siempre mi consuelo, mi carga feliz. Sin embargo considero imprudente apegarme a los recuerdos de su interior. Porque tan pronto como me focalizo en un objeto determinado lo pierdo o sencillamente desaparece.
Tuve un rubí. Imperfecto, hermoso como sangre facetada. Vino de la India, donde fue arrojado a la playa junto a miles de ellos: los abalorios de la pena. Pequeñas gotas que de alguna manera se convirtieron en gemas recogidas por mendigos que las canjeaban por arroz. Cada vez que fijaba la mirada en sus profundidades me sentía abatida porque atrapada en mi gemita había más desgracia y esperanza de lo que una podría suponer.
Daba miedo e inspiración, y yo la guardaba en mi bolso en un sobre amarillo ceroso del tamaño y forma de una hojita de afeitar. Me detenía, la sacaba y la miraba. Hacía ésto tan a menudo que ya no hacía falta ver lo que estaba mirando. Y es por ésto que no puedo decir con seguridad cuándo desapareció.
Pero todavía puedo verla. La veo en la frente de las mujeres. En el aullido del poeta. La veo en la garganta de una diva y en la palma de la mano de un desertor. Presionando contra un alambrado. Una gota de sangre en un vestido de calicó. Abro mi bulto y descargo su contenido en los surcos de la tierra. Nada: una vieja cuchara, un timón, los restos de un walkie-talkie. Y mientras despliego la tela para recostarme tomo bocanadas de aire larguísimas como los surcos. Como para calmar a los espíritus, abrazarlos desde el estremecimiento y el estertor.
En el anillo de la noche imposible. Todo es elástico. El cielo es de un rosa turbador. Puedo sentir el polvo de Calcuta, los ojos idos de Bhopal. Puedo ver las banderas de oración flameando como viejas medias en el cálido viento irónico.
Puedo ofrecerte esta campana
susurra el mercader
Es extremadamente valiosa
una pieza de museo, no tiene precio
No gracias, contesto
No deseo poseer
Pero es una campana maravillosa
una pieza ceremonial
una exquisita campana
Mi cabeza es una campana
Murmuro
entre
dedos vendados
ya dormida.
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