sigo recibiendo muchas cartas
de jovencitas.
evidentemente han leído alguno de
mis libros
pero eso rara vez
lo mencionan.
muchas de sus cartas vienen
en papel
rosa o rojo
y me informan de
que quieren
besar mis labios y
quieren
venir a vivir conmigo
y
dicen que harán cualquier cosa,
lo que sea,
por mí y para mí
siempre que pueda seguirles
el ritmo.
asimismo, las más jóvenes se apresuran
a mencionar su
edad: 21, 22, 23...
estas cartas son
fascinantes,
claro,
pero siempre las tiro
a la basura
porque sé que todo
tiene su precio,
sobre todo cuando
se anuncia como si fuera
gratis.
además,
¿qué sentido tiene?
las chinches follan, los pájaros
follan, los caballos
follan, tal vez algún día
averiguarán que
incluso el viento, el agua y
las piedras
follan.
y
¿dónde estaban todas esas chicas
ardientes
cuando andaba muerto de hambre,
sin blanca, era joven y estaba
solo?
no habían
nacido todavía, claro.
ahora no puedo culparlas
por
ello.
pero culpo a las chicas
de mi juventud
por no hacerme caso y
por acostarse con todas las
demás
almas aguadas.
esos otros muchachos, supongo,
estarían agradecidos entonces de poder
meterle el rabo a
cualquier cosilla bien dispuesta que
se meneara.
ojalá, pienso ahora, alguna chavala hubiera
tropezado conmigo entonces
cuando tanto necesitaba su cabello al aire sobre mi
cara
y sus ojos sonriéndoles a los míos,
cuando tanto necesitaba
esa furiosa música
y esa furiosa disposición femenina
a ser
desarmada.
pero me dejaban para que estuviera a solas
en diminutas habitaciones alquiladas
con la única compañía
de caseras mayores
y el ir y venir
de cucarachas
despiadadas, me
dejaban terriblemente solo con
mañanas suicidas y
noches en
el banco de un parque.
y ahora que
son viejas
y
yo soy viejo
no quiero
conocerlas
ahora
ni conocer siquiera
a sus
hijas
a pesar de que
los dioses
en su infinita sabiduría
siguen negándose a
dejarme
olvidar y
descansar.
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