En la civilización, el amor supone esconderse, guardar secretos, mentir y engañar. A partir de todo este conjunto, los poetas y los moralistas fabrican sus correspondientes "tragedias": nombre griego de la estupidez. Sin embargo, para Casanova la mentira es un elemento vital. De noche, cuando nuestro destino depende de si alguien se ha olvidado la llave en la cerradura o de si la ha colgado en su lugar, cuando es preciso poner la dirección en un sobre escribiéndola con la mano izquierda, cuando se ven tres velas encendidas en un balcón o bien sólo una, cuando es necesario subir las escaleras rozando las paredes y dejar en el perchero una capa robada a un extraño, cuando es menester deslizarse de una habitación a otra atravesando pasillos abandonados, pero poblados por espíritus, se está en un mundo donde prevalecen dos aspectos: la mentira y el objeto. En ningún otro momento una lámpara, un pañuelo de bolsillo, una llave, un candelabro, unas medias, una espada, un sombrero, una silla, un plato reinan tan victoriosamente como en este ambiente dominado por los artificios. Casanova es, en este ambiente también, "absurdo", como todo lo que de alguna forma se convierte en pensamiento: el amor es, invariablemente, la relación entre una mentira y un objeto; alguien se cree algo, alguna sandez, y una lámpara es precisa, exactamente una lámpara.
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