Puedes imaginar lo que es tocar el fondo de esta mujer y que te alejes más adentro todavía porque no sabes zafarte del deseo. Que te abordo y busco abrigo en tus días fríos, cuando estás en bajamar, imaginando calas y soles, y yo te los doy, te los regalo. Y que tu piel sea el sudario de esta pequeña muerte que nos provocamos por el placer de resucitarnos con los labios, con nuestras lenguas, con nuestro aliento, con nuestro llanto. Buscándonos el pulso a tientas, como dos ciegos hambrientos. Hambrientos de sudor, hambrientos de rabia, hambrientos y violentos. Muy violentos. De los que se miran con odio porque todo acaba mañana. De los que se aprietan como si quisieran detener el tiempo. De los que adolecen de puertos y aeropuertos. De los que con la fuerza telúrica de las palabras sangran. Desobedéceme y quédate dentro. Montero dice que vivir es ir doblando las banderas. Yo quiero que vivir sea perderme en las esquinas de tu piel, soñando cremalleras y el área que crean nuestros conjuntos cuando confluyen. Ser tu bálsamo y tu humedad. Que atentes en mí una y otra vez, hasta que el cansancio te rompa y yo tenga que acercarme, más todavía, con ansiedad y buscar cada grieta, por esta letanía de gemidos que son nuestro único canto y que no quiero dejar de escuchar. Romper el remo que nos aleja. Fundir el mar en un charco. Y nada más.
inmenso abrazo.
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