Se tendieron desnudos, semiabsortos,
en un hotel de los suburbios.
Verde era el arco de la luz que el día
iba filtrando en la ventana. Y verde el viento
con filo de cuchillo sobre las leves sábanas.
Ese jadeo ajeno ante lo íngrimo
de no saber por qué se nace
ni por qué se desea,
brotaba allí de un fuelle unánime
entre ambos cuerpos... Ella era joven
más que su tenue sombra.
Y yo a su lado, atónito,
en el tiempo sin tiempo de mi carne,
mucho más amoroso que la lumbre
de este incierto recuerdo.
Éramos jóvenes
como cuando uno mismo no lo sabe.
De allí y de todo ambos partimos,
partimos y partieron
ellos, nosotros, cerca, es decir, lejos...
¿Cuál era la canción de moda entonces?
Ya no sé si la oímos, si la oyeron.
El tiempo va añadiendo tanto olvido
que deja en anacrónico tumulto
el mismo fuelle con ansia y menos cuerpo,
el mismo cuerpo con noche y menos sangre,
la misma sangre dando vueltas a la tierra
y estos pobres pronombres que se alternan
entre restos de voces no apagadas
y hasta un golpe de mar donde no hay agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario