(Antes
de aquel instante ella albergaba océanos,
abisales
dominios donde duerme la noche,
piélagos
habitados por seres imposibles,
hidras,
rayas, siluros, medusas, hipocampos,
formidables
escilas de letal alarido).
Él sondeó las cálidas corrientes en sus
sienes,
las
venas una a una de aquel cuerpo reciente,
batíscafo
de linfas se embriagó en el espasmo
del
prodigioso pálpito que por fin la animaba,
al fin viva, al fin viva, al fin estaba
viva.
Se
sumergió en aquellas plácidas tibiedades
–tan
lejos ya la fría blancura de su mármol
inerte
a la caricia, desoladoramente
congelada
al contacto su pasión de necrófilo–,
recorrió
cada playa, descansó en las bahías,
seguro
de que cada silencio era el primero,
porque
la ley exacta del abismo la saben
los
dioses solamente y él era un dios, lo era.
(Y
ella sintió perpleja el trasiego en su vientre
sin discernir si el sueño era este o el
otro).
Él
concibió la fiebre de lo inmutable. Quiso
la
obra de su deseo en un ya sempiterno,
perenne
todo, todo perpetuamente inmane,
eis
aiei, eis aiei, bramaba en su locura.
(Ella
experimentó como una aguda ráfaga
el asombro fugaz de saberse a sí misma).
Planeó
iluminarla de soles sin ocaso,
la
clepsidra acostada sobre el truncado gnomon
habría
de sellarlos en lo eterno. Mas dicen
que la palabra Siempre le cercenó los
labios.
Qué
dolor inefable de metales al rojo
lo
atravesó, qué burla saberla tan efímera,
qué
desmesura estéril si ella había de rendirse
también
a la secuencia que todo lo consume.
Entonces
él devino un fragor de blasfemias
contra
el cincel y el beso y el hálito de Venus
que
a través de su boca descabelladamente
le
habían conferido la vida y su contrario.
(Y
ella, casa sin puertas, a punto de vigilia
intuyó
otro letargo duplicado en sus vísceras).
Aborreció
la carne como hubo odiado el mármol,
y
en sí mismo el principio que muta las sustancias
y
a ella, que no era ella, porque no era perfecta
(ella
no tuvo nombre, no se nombra lo Uno).
Y
deliró el milagro de otra metamorfosis
–tal
era su suplicio, pero él estaba ciego–,
y
otra vez Pigmalión la deseó sin vida
porque
sólo los muertos pueden ser inmortales,
otra
vez solitario demiurgo insatisfecho
otra vez Pigmalión.
EN FIN. Este hombre es un escándalo.
ResponderEliminarno conocía este poema de Javier, es "de un dios bisoño"?. muchas gracias Julia, qué regalazo.
ResponderEliminarinmenso abrazo.
los dioses están muertos y las hybris de nuestra civilización encuentran su explicación en la cita de Jonathan Swift que encabeza la conjura de los necios. En cualquier caso, me gusta el poema
ResponderEliminar... un fragor de blasfemias...
ResponderEliminarLa locura se adueña de la mente cuando se ha degustado la helada y trémula textura del mármol.
Hay que reconocer que en esta película de terror "Pigmalión. El retorno", a pesar del lenguaje tan florido y de los afectos especiales, el protagonista es un cabronazo maltratador de mucho cuidado.
ResponderEliminarGracias a ti Miss por el poema que me ha dejado colgando y zarandeado y gracias a Intemperante por remitirme a este refugio. Abrazo.
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