malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

domingo, 7 de octubre de 2012

vértigo - Manuel Vicent

 

el rapto de Proserpina, de Bernini

 
Que te dé un vahído después de contemplar una obra de arte se conoce como el síndrome de Stendhal. A este escritor le sucedió en Florencia al salir de la iglesia de la Santa Croce, donde se levantan los mausoleos de mármol de los artistas más insignes del Renacimiento. Ciertamente a algunas personas muy sensibles la belleza les altera el ritmo cardiaco hasta llegar al desmayo, pero a veces el síndrome de Stendhal también conduce al vértigo, a la locura e incluso al crimen y en plena alucinación un esteta se ve impelido por una fuerza interior a acuchillar un cuadro de Rembrandt o a partirle con un martillo la nariz a la Piedad de Miguel Ángel. En uno de los viajes a Grecia presencié una escena estremecedora. Un turista alemán totalmente desnudo y alucinado trataba de arrancar con una gran maza de hierro parte de una columna del Partenón para llevársela de recuerdo a casa. Poseído por un furor divino golpeaba el Partenón y al mismo tiempo parecía destruirse también a sí mismo con el afán de apropiarse de su belleza. A partir de aquel suceso, los municipales de Atenas esparcen cada mañana sacos de esquirlas de mármol por el ágora y la Acrópolis, como el que echa maíz a las gallinas, para que los turistas las recojan creyéndolas antiguas y calmen la fiebre de adornar la estantería con los despojos de aquellas ruinas sagradas. El síndrome de Stendhal se puede producir no sólo frente a una obra de arte sino también con el recuerdo de una playa o de un amor que nos llenó de felicidad en un tiempo ya lejano. Aquel viaje a una Ibiza prehippy de los años cincuenta, la travesía a Formentera en la barcaza La joven Dolores ya desguazada, aquella muchacha de la falda de flores y el rostro soleado apoyada en la borda contra el viento, las calas desnudas a las que nos llevaba la vela latina de un bote compartido con amigos se puede comparar con cualquier obra de arte. Recordar los soles tan azules de la juventud produce una dulce ebriedad como le sucedió a Stendhal, pero también puede llevar al dolor y a la cólera si al volver a aquel paraíso o a aquel cuerpo esplendoroso los descubrimos destruidos. (...)

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