El ocaso consume -cera seca-
tu rabia. Vibra el gong
del último combate de la luz.
Esperando a que el día se derrumbe
tú piensas en el viaje, en una playa
de caracolas negras y brillantes, en reflejos
más altos que estas débiles bombillas:
un sol como una antorcha, un calor que te invoque.
Y la vida se anuncia -a pesar del peligro de las astas,
a pesar del terror y su estampida-
tan limpia en su regalo, tan serena,
tan posible que apenas la comprendes.
III
Uno piensa en vengarse al extinguirse.
Pero quién se consuela repartiendo
sus navajas, su invierno y su cadena,
yo quisiera cantar que la salud
es breve y milagrosa,
la carne os pertenece como un trono.
Hay una herencia en vida que no se adeuda a nadie.
Gozadla por entero, llorad lo suficiente.
XI
Y que no existe culpa en morder tiempo,
sólo un trozo de hora palpitando.
Hay muros u horizontes,
ojos para cerrar o buscar luces,
boca para los cantos o el veneno,
mano para el pincel o para el dardo.
Y que no hay inocencia en elegirlos.
(el extraño)
Yo me nutro de errores y de sangre,
jamás podré tener otro retrato
que este casi saber, este conato
de amor en la mitad de una masacre.
¿Hacia dónde camino? Es lo de menos.
Camino, que ya es mucho, y rompo el paso.
Mi sed ya no tendrá forma de vaso
sino de voz impura, aliento lleno.
He cambiado el escudo por la duda
y apenas reconozco mis heridas:
no es la piel, es el tiempo lo que muda.
Dejaré las limpiezas conocidas
por otras suciedades más desnudas
que consigan arder como dos vidas.