PARA QUIÉN ESCRIBO. 10 de octubre de 1995, Diario de
una enfermera
Mi hijo de diez años me ha preguntado para quién escribo.
Mi palabra sale de la afonía de una guardia, de un sufrimiento crónico.
Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los
que sufren en esta larga galería de la muerte.
Para los que lloran por el clima y desfallecidamente caen entre las sábanas
mojadas.
Para las madres que nunca acaban de perder al hijo estremecido y permanecen a su lado las horas eternas de las tinieblas.
Escribo para los ancianos sin sucesión ni campos de
manzanas que llaman solitarios a los timbres temblando por su incontinencia.
Para el bálsamo de su inmovilidad escribo en el lavatorio de sus heces.
Escribo, Paolo, para las alas fosfóricas de la guadaña que pasa cada noche sobre el piso noveno y deja caer su cucharón de palo para comerse al más ausente.
Para los hijos, escribo, los hijos que fuman los
cigarros amargos a escondidas y lloran lágrimas nerviosas porque aún no han
accedido a la soberanía de la enfermedad.
Para las hermanas levísimas que besan en los labios y en los dedos la
amarilla delicia de la fiebre de su hermano.
Dulce niño que no comprenderás ahora estas palabras que levanto:
Para los enfermos atados a las camas que ven las rápidas transformaciones de la luna y las tortugas.
Para las esposas continuas que sólo van a casa a lavarse el olor y la vertiginoso lucidez de los zumbidos.
Escribo, Paolo, para el amante que no podrá entrar a besar a su amado y que sufre llamándolo, sin voces: amor mío, amor mío.
Escribo, Paolo, para valorar el trabajo de las limpiadoras que renuevan el hospital y el ruido de la orina.
Para los delicados y sorprendentes celadores, las voladoras cocineras, los peluqueros ágiles, los dóciles suplentes.
Para las enfermeras azules de la eternidad y sus ayudantes, los médicos humildes.
Para los estudiantes que vienen a devorar la enfermedad con su infantil y entusiasmado volumen de primero.
Para la paciencia y la misericordia escribo.
Para declarar que el olor de los medicamentos y las
deyecciones precipitan las tragedias.
Para los trasplantados, los locos, los quemados, los absortos en el estrabismo de la muerte.
Querido niño azul, yo escribo para los animales que trabajan en el ovillo de la hierba y nunca acaban de vagar por el animalario.
Y sobre todo, sobre todos los seres de este mundo, yo
escribo para él, tú ya lo sabes, para él, que se ha ido en esta primavera y se
ha llevado todo mi derrumbado diccionario de la medicina.
COÑO AZUL
Mi coño es negro como carbón evaporado.
Pero se vuelve azul
a la luz de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que explica su color y
forma
es que tiene una circulación lenta y estremecida
que va navegando hacia la tinta de las venas
y se abre al desamparo de mi dormitorio
como si comprendiese que un dedo impenetrable
masculino no pasará por él
ni por las sábanas.
Sería una esperanza considerar
que sobre mi sexo solitario aún pueden caber volúmenes
remotos
o un pañuelo azul que penetrase las dos secciones
púrpuras abiertas
y así pasar esta tela azul ensangrentada quedándose
rompiéndome
porque mi coño ya es invencible
mi enemigo.
Aislado del amor
cualquier coño es violento.
CITA PSICOLÓGICA
Mi perro no ve bien doctora pero huele
mis lágrimas y se viene a mi lado
tirándose en el suelo lamiéndome
las uñas —algo olfateará del que fuera
su amo en los días de amor y sangre
derramada—. Él sabe aún sin verme
tomar las medicinas que la cabeza
me duele horriblemente y no puedo
aguantar ni el ruido de su rabo.
Esta cabeza terriblemente enferma
doctora ya no puede explicarse ni pensar
ni leer ni siquiera tratarme
con los seres humanos ni los irracionales.
Allí en mi casa sola tratando de encajar
con torpe coherencia una cosa con otra
haciendo un irreal esfuerzo sobrehumano
por mantenerme viva porque me vean alegre
mis hijos o mi madre o al menos
que no sepan hasta qué punto finjo
porque no sepan ellos ni nadie ni mi perro
cómo de mi cabeza entran y salen
los más feroces actos de suicidio
ahorcamiento o decapitación.
Mándeme otras pastillas doctora si es posible
curarme de él su destructiva forma de
desesperarme…
O elimine mi nombre de la lista de espera
no estaré aquí llorando el próximo trimestre.
Poemas de Isla Correyero