Y la vida abierta y dolorosa
bajará rodando por las gradas.
Ana Istaru
Lo iba a llamar
El desvanecimiento, iba a ser mágico y delicado y no iba a escribir en él la
palabra “carne”. Me iba a alejar de la línea putrefacta de confort que tenemos
la manía de trazarle a las vísceras de la vida, sólo para no mancharnos, sólo
para salir impolutos del accidente del vivir. Al final me demoré en el
pensamiento de mis dientes en tu cuello. De tus manos en mi cintura y tus ojos
intentando destruir mentalmente la ropa bajo la ropa. Me demoré en los túneles mientras
te besaba con saliva la otra alma. Me demoré y supe que mis héroes están al
otro lado de algún muro que no seré capaz de bordear. Debo inventarlos a mi
lado. Así, aceptando las torceduras de mi alma. Mis acordes malditos cuando se
me acaban los saltos emocionantes y soy sólo una mujer en un sofá junto a ti,
hurgando tu entrepierna en mitad del crepúsculo, de la rabia, de la sinrazón,
del anuncio. Sólo una mujer trazando
polos en una cama ajena un poco más tarde. Una mujer con una vida pequeña, frívola
y desorientada.
Observarte
haciendo café. Observarte viviendo otra vida. Observar tus besos y tus abrazos. Tu
medianoche. Tu ropa doblada en otro armario. Tus sábanas que se ensucian en
otros cuerpos.
Iba a ser palabra lujo, apariencia, que no remiendo. Iba a ser
un incendio provocado, un fuego artificial para el expectante. No riada de bilis,
no empapelar la pena y la distancia una vez más. No gritar dolor, lamer el pronóstico
de la indiferencia, no. No travestir la palabra y disfrazarla de lugar común
para repartir daño en trozos pequeños, un pequeño atentado en el corazón de
todos. No radiografiar más naufragios con ojos llenos de agua caliente y
salada. Darle métrica, sentido. Antioxidante lleno de destellos. No un pequeño cáncer
inevitable. La misma lluvia sí pero mojando a otra mujer. Iba a ser otra cosa y
no iba a decir carne. Iba a ser el poema
de otra. El hombre de otra. El gemido de otra. La mano fría, el invierno, el
gel compartido, el tesón, el cabello en la almohada. Pero al final es un
artefacto casero, cocktail molotov de ansiedades, insomnio y ganas. Al final es mi calle, mi portal, mi pedazo de
cielo oscuro del que caen sus estrellas muertas de vez en cuando. Al final un
momento vestido de esplendor cuando se le cae la ropa y la vergüenza. Cuando se
entrega, cuando es derrame de mujer que exhibe su hambre. Y carne, no iba a decir carne y ya lo dije dos
veces o más.