malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

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martes, 9 de febrero de 2021

“Unas palabras para jóvenes escritores" por Thomas Bernhard

 

Lo que necesitáis, jóvenes escritores, no es más que la vida misma, nada más que la belleza y depravación de la tierra; es el campo de mi padre y la inaudita perseverancia de mi madre, es la lucha de vuestras almas a la que tiene que arrastraros vuestra propia hambre y vuestra propia depravación, es el ansia de fama que atormentaba a un Verlaine o un Baudelaire en los «campos elíseos». Lo que tenéis que tener no son seguros de enfermedad y becas, premios y becas de estímulo; es la falta de hogar de vuestras almas y la falta de hogar de vuestra carne, el desconsuelo cotidiano, la desolación cotidiana, la helada cotidiana, el dar media vuelta todos los días, un pan solo cotidiano que en otro tiempo hicieron surgir criaturas tan maravillosas y miserables como Wolfe, Dylan Thomas y Whitman, ciudades, paisajes, es decir, logros frente al polvo, el mensaje de una existencia atormentada, incorregible, que se devora de hora en hora para crear poesías nuevas y poderosas. Lo que necesitáis está por todas partes, donde uno se levanta y muere, donde la lluvia lava la piedra y donde el sol se hace tormento.

Sin embargo, ¿dónde estáis vosotros, que os dejáis mimar como poetas de nuestro pueblo, que camináis como futuras obras completas sobre un asfalto que revienta? ¿Dónde estáis? ¿Qué hacéis con el tiempo, que solo está ahí una vez para vosotros, una vez para todos nosotros, y que se os deshace en la lengua antes de que hayáis podido probarlo?

No os veo donde está la vida violenta y valiente, sino como pulcros custodios de archivos, funcionarios amargados, como lacayos de bien retribuidos consejeros del organismo de protección de la Naturaleza o de algún departamento de cultura provincial o municipal. Estáis metidos en el café, sin lágrimas ni humor, odiándoos a vosotros mismos y odiando vuestro entorno, muy lejos de la vida, de los bosques, de las montañas, de la vecindad, muy lejos de toda poesía… Habéis vendido vuestro carácter y sentís un miedo desenfrenado de la necesidad, miedo de vuestros pensamientos, miedo de vuestra malignidad, miedo del campo y la trilla, los picos y las palas, miedo de la verdad, de vuestra propia inferioridad y de vuestra propia grandeza. Capituláis ante la pequeñez, ante el título de doctor y ante el partido, hoy en el consejo municipal, mañana en la redacción de cultura de vuestro periódico de provincia; vuestras reverencias son indescriptibles; os inclináis ante cualquier desharrapado con «influencia». Y así habéis creado la gran época de los consorcios de lírica y trusts de prosa, que es también la época de los seguros y pragmatizaciones. Sin embargo, ¿qué cabe esperar de autores pragmatizados? ¿De vosotros, los poetas pragmatizados, que habéis entrado en una sociedad por acciones en las páginas P. y L. y tenéis en el bolsillo un acuerdo con la industria que os garantiza todos los premios de las academias?

Los libros que escribís son aburridos, son de papel, vuestra lengua es ficticia (no sois ya capaces de hablar como corresponde a vuestro origen), ofende el lenguaje de Hölderlin,

Whitman, Brecht; vuestros libros son de papel de guirnaldas de Todos los Santos y vuestros versos saben a madera de escritorio. Es como si no hubierais vivido nada, como si vivierais de los libros de los viejos primos, como si os llenarais el estómago en el desayuno, comida y cena con tísicos Rilkes y su pálida parentela, como si vuestros abuelos no hubieran sido cerveceros, carniceros, comerciantes en grano, guerreros, feriantes, gitanos… y verdaderos poetas.

Vuestra prosa no tiene primavera ni verano, ni otoño ni invierno, no es negra ni roja; se filtra en el estómago como unas gachas sin sal. Pero como no vivís como los cerveceros, carniceros, feriantes y gitanos, como tenéis miedo del cayado del tiempo y de vuestra propia desesperación, por eso no tenéis ya nada que decir.

La época en que cantabais vuestra propia hambre, la época en la que los jóvenes escritores se alzaban contra los presidentes, la época en que hicisteis la revolución ¡ha pasado! Ha pasado la época en que Hamsun vagaba por Nueva York, en que Sillanpää no pudo recoger su premio Nobel, porque él, que vivía, tenía siete hijos, pero ni un centavo para viajar en el bolsillo del abrigo. Y ha pasado la época en que cantabais vuestros versos con un laúd. El pueblo de los poetas y pensadores se ha convertido en un pueblo de asegurados, un pueblo de funcionarios y miembros del partido, una región de débiles, un paisaje de portadores impasibles de documentos. ¡El pueblo de los exaltados se ha convertido en un pueblo de agentes de comercio!

Sin duda, ¡nadie se hunde ya en los rincones de la tierra! Nadie degenera ya para gloria de la poesía. ¡Pero nadie conoce ya tampoco la hierba y los ríos! Y si seguís pagando tranquilamente vuestras primas de seguro, hasta los sesenta años, y haciendo reverencias a los payasos de la gaceta de las amas de casa y las revistas líricas y filosóficas, no seréis nunca un Lorca ni un Gottfried Benn ni un Charles Péguy ni mucho menos un Whitman. Las subvenciones en chelines que aguardáis os aniquilarán.

 


viernes, 10 de octubre de 2014

Thomas Bernhard, aullidos del lobo sin manada, por Antonio Lucas



  • El escritor austriaco hizo de la literatura su martillo contra todo lo que consideró reprobable: desde la ciudad en la que creció, Salzburgo, hasta los modales de su país, Austria
  • Insobornable, polémico, irónico y sulfuroso, dejó una obra con la que tocó todos los géneros y que ahora se refuerza con los textos recuperados e inéditos en español que Alianza reúne en el volumen 'En busca de la verdad', donde vibra su potente voz civil

Thomas Bernhard odiaba directamente su país. No a la manera de los folclóricos del rencor (digamos, por ejemplo, nacionalistas y demás adeptos a ideologías meñiques), sino con una condensación de lucidez sin reglamentos. Levantó una literatura furibunda, extrema y convulsa que zarandeaba a los gregarios, a los conformes a tiempo completo, a los mediocres. Y en esa espeleología por el desafecto afrontaba asuntos principales: la incomunicación, la soledad y la obsesión intelectual como billete de ida hacia la locura.

En el largo viaje de su literatura, de su condición de ciudadano atento, no esquivaba ninguna querella. No se escondía. Y tenía el sarcasmo como hisopo de la escritura. Bernhard es algo así como una conciencia que se inmola y se remonta a sí mismo cada vez que arde en todas direcciones. Bernhard hizo libros para negar una vida que no le gustaba, realzando más la vida. Preñó sus libros de observaciones fieras, como un insumiso que no abraza sin consecuencias el soborno de vivir. Y en esa expedición sin compañeros de viaje no se agota nunca.

"De niño odié los libros, había muchos, mi abuelo escribía... Empecé a leer muy tarde"

Escribió novela, teatro, ensayo, poesía. Recibió una veintena de reconocimientos literarios. Rechazó otros tantos. Escribió sobre ello en 'Los premio's, un libro póstumo que preparó al detalle para que fuese publicado cuando él mismo fuese ya ceniza. Nació en Austria en 1931 y falleció en Austria en 1989. Su muerte fue anunciada después del funeral. Está enterrado en Viena. Su obra está lejos de la cháchara mareante de la sociedad que combatió. Tuvo una de las misantropías más productivas de la literatura europea de la segunda mitad del siglo XX. Y lo explicaba así: "Cuando se está solo mucho tiempo, cuando se ha acostumbrado uno a estar solo, cuando se ha adiestrado uno para estar solo, se descubren cada vez más cosas por todas partes allí donde para los demás no hay nada". Esta percepción podría ser su poética, su norma de conducta.

Bernhard escribió sin tregua. Novelas como 'Helada' (1964), 'Trastorno' (1967), 'Corrección' (1975) y 'El malogrado' (1983) (donde reflexiona sobre el infierno del talento extremo y, lo que es peor, la infelicidad de no poseerlo) dan cuenta de su contundente galaxia literaria, donde el dolor y la extrañeza lo ocupan todo. La autobiografía también fue riel de su escritura, con la pentalogía formada por 'El origen', 'El sótano', 'El aliento', 'El frío' y 'Un niño', volúmenes en los que analiza descarnadamente el presente que habita. En poesía destaca 'Bajo el hierro de la luna' o 'Los locos'. Los reclusos. Y en teatro, El reformador del mundo, 'El presidente' y 'Los famosos', entre otras piezas. Todo en Bernhard es intenso. Todo en él es feroz.

Y así queda también apuntalado en los textos del Bernhard público (buena parte inédito en español) y que ahora recoge Alianza Editorial en el volumen 'En busca de la verdad. Discursos, cartas de lector, entrevistas y artículos', a la venta el próximo 16 de octubre. Es una miscelánea que recorre de 1954 a 1989 y que abre el campo de tiro con un texto sobre Rimbaud escrito a los 23 años que bien podría ser una declaración de guerra poética: "Las obras de los que siempre echan las campanas al vuelo y que resuenan hasta en las cervecerías llenas de borrachos, las de los poetas de revista y los fabricantes de artículos literarios de exportación, que a veces les reportan el Premio Nobel, son en su mayoría sólo tonterías engalanadas y productos de moda. Lo que importa en literatura es lo original, precisamente lo elemental, gente como Jean-Arthur Rimbaud".

Y a partir de aquí, 'En busca de la verdad' (traducido por Miguel Sáenz, excelente 'bernhardiano') va hilvanando textos que son la consecuencia de un hombre que no acepta las costumbres de su tiempo. Pero no sólo eso, sino de alguien que viene a contar su desacuerdo en voz alta, desenmascarando hipocresías, ansioso de reyertas, más con rigor que rencor.

"Al principio me interesaron Péguy, Bernanos, Michaux... eran gente magnífica"

Bernhard es producto de sí mismo y de una infancia en que la vida no le fue ni buena, ni noble, ni sagrada por un cóctel de carencias afectivas (no conoció a sus padres), 'extremaunciones' económicas (creció en la pobreza criado por sus abuelos) y debilidades de salud (siempre estuvo al borde del naufragio). Pero remontó su fragilidad desde una poderosa escritura que está entre las más proteicas de la Europa contemporánea. "La vigencia de la palabra de Bernhard sigue siendo, en mi opinión, absoluta", sostiene Sáenz.

Nada de lo humano le era ajeno. En 'Unas palabras para jóvenes escritores', publicado en este volumen y una de sus piezas más intensas y descarnadas, chuta e impacta con una alforja de sugerencias que, de algún modo, son la hoja de ruta de sí mismo: "No os veo donde está la vida violenta y valiente, sino como pulcros custodios de archivos, funcionarios amargados, como lacayos de bien retribuidos consejeros del organismo de protección de la Naturaleza o de algún departamento de cultura provincial o municipal. Estáis metidos en el café, sin lágrimas ni humor, odiándoos a vosotros mismos y odiando vuestro entorno, muy lejos de la vida... Habéis vendido vuestro carácter y sentís un miedo desenfrenado de la necesidad, miedo de vuestros pensamientos, miedo de vuestra malignidad... Vuestras reverencias son indescriptibles; os inclináis ante cualquier desharrapado con influencia... ¡El pueblo de los exaltados se ha convertido en un pueblo de agentes de comercio!".

Hay en Bernhard una cierta agonía que es a la vez revitalizadora. Es un objetor infatigable. La suya es una enmienda literaria a la totalidad. El alma con filo que no acepta destellos de esperanza, sino que pide más luz, más luz, en un afán de arrancar máscaras y deshacer convenciones.

En él la literatura es un microscopio con el que denunciar y un telescopio con el que llegar más lejos en la investigación de sus observaciones. En su obra planea la desesperación con una cierta representación teatral de los rechazos, pero en cada una de sus líneas hay una conmoción planeando.

Está en la órbita de Kafka, de Musil, de Canetti, de Hrabal y, antes, de Montaigne o Étienne de la Boétie. Aquellos que no derogan la verdad con palabras de apaño. "Cobardía, vanidad y curiosidad son en el fondo los tres impulsos esenciales a los que la vida debe su continuación, aunque todos los motivos imaginables hablen en contra de ella... Todos los hombres son monstruos en cuanto se quitan la coraza", dice en respuesta a una entrevista de Jean-Louis de Ramboures recogida en este volumen.

"En persona soy muy distinto al de mis obras; sí y no, eso es quizá lo interesante"

Las relaciones humanas, el Estado, la Iglesia, los editores, la literatura, la filosofía, la música, el mar, las ciudades... Estos asuntos que también forman parte de la mercancía literaria que da cuerpo y sustancia al escritor Thomas Bernhard. "Cuando decidió ir en dirección contraria, como cuenta en su libro 'El sótano', tomó la decisión más acertada de su vida. Nunca lo lamentó él, ni sus lectores", sostiene Miguel Sáenz. Tampoco sus enemigos, que fueron un patrimonio caudaloso en su vida.A veces, casi un motivo para seguir en pie. "Yo y mi obra tenemos tantos enemigos como habitantes tiene Austria, incluidos la Iglesia, el Gobierno y el Parlamento, salvo algunas excepciones. De esas excepciones me alimento y existo", dijo el autor de Trastorno en 1982.

La coherencia está entre sus avales mejores. De hecho, 'En busca de la verdad', que recoge 35 años de oficio en las letras desde frentes más domésticos que los de sus libros de creación, presenta a un Bernhard que de principio a fin muestra la misma raíz resistente, brutal y poética, aunque la complejidad de su pensamiento sí fue manifestando cambios que van incrementando su necesidad de escribir, incluso sin haber alcanzado nunca nada parecido a la esperanza.

"Nunca se sabe quién se es. Son los demás lo que le dicen a uno qué y quién es"

Da la derrota por segura en todo momento, pero no se deja arrastrar por la pereza. Y menos aún, por la pereza del terror. Para el escritor austriaco la literatura no es una superchería, tampoco un bálsamo, sino que está más cerca de la cirugía sin anestesia para poder entrarle adentro de la piel a todos esos que desde el poder (desde cualquiera de los peldaños del poder) condenan a la mayoría a conformarse con su insignificancia. Tan sólo la música le salvó.Aquella que estudió de niño en Salzburgo y que le puso delante a Mozart como cobijo contra la tormenta, como una de las escasas realidades de la que no arrepentirse.

Quizá el escritor que hoy más emparente con la estética sulfurosa de Thomas Bernhard sea el francés Michelle Houellebecq. En ambos hay una sospecha grabada a fuego: cuando hay consenso en que «todo está bien» en verdad hay que entender que "todo va mal". De la lectura del autor austriaco que ofrecen estos textos dispersos, sueltos, rescatados y empacados no es fácil sacar demasiadas conclusiones. Son más las preguntas que plantea, el justo valor de la reflexión sobre un tiempo cuya esencia torcida es portátil y sirve también para auscultar mejor algunos aspectos siniestros de estos días de ahora, pues en su esencia el hombre no ha cambiado desde el hombre.

Bernhard es, de algún modo, una asignatura siempre pendiente por la profundidad de su sarcasmo, por la devastación de su desnudez, por la aceleración de su antiidealismo. Cada lectura, con el tiempo, lo renueva. Él lo decía así: "Estamos en el territorio más horrible de la Historia entera. Estamos asustados, y concretamente asustados como material monstruoso del nuevo ser humano... Todos juntos no hemos sido en esta segunda mitad de siglo más que un solo dolor; ese dolor es hoy lo que somos; ese dolor es ahora nuestro estado espiritual". La claridad, en la prosa de Bernhard, da frío según aumenta. Es el sex appeal y el desamparo de los lobo sin manada.

 


miércoles, 20 de abril de 2011

La flor de mi cólera - Thomas Bernhard

La flor de mi cólera crece salvaje
Y cada espiga
Perfora el cielo
De modo que la sangre gotea de mi sol
Aumentando la flor de mi amargura
De esta hierba
Se lavan mis pies
Mi pan
Oh caballero
Flor inútil
En la rueda de la noche se estrangula
La flor de mi caballero del trigo
La flor de mi alma
Mi dios me desprecia
Estoy enfermo de esta flor
Que crece roja en mi cerebro
Sobre mi dolor.