Vestida de mediocridad y domingo te vengo
y me arropo violenta
con los días que no me cubren
ni la sombra ni la sed.
Que de hembras templadas
no se fabrican los infiernos,
me dices.
Con un lenguaje hecho a mano
de quejidos y sudor,
me olvidé de buscarme en los espejos
y esperar al alba para ver quién soy.
Sin cicatería ajustarme la verdad
y sacar los perros que traigo
y que mi voz sea un cierzo encendido.
Labradora de escombros
mientras se me curvan por dentro los sueños,
de una vida llena de trapos sabré hacer torniquete o fortaleza.
Me aceptaré irremediable
pero voy a descoserme la boca del alma.
Traficar conmigo misma,
drogada de calma,
sabiéndome repleta de minas
que ocultan hembras bajo cortezas de desesperanza.
Fingir que el cuerpo sea embalaje
y el deseo sencillo derrame entre las piernas
no, ya no.
Ser sangre
y que me perdonen.
Donde no llegan mis ojos, llegan los tuyos.
Me crece un desarraigo por dentro,
talud por el que se despeñan las angustias
y grietas como puertas que invitan a mi abandono.
Y la caricia delirante de los pensamientos que manosean mis
fondos,
hasta la arcada, hasta el estremecimiento.
Ser la isla y ser la avalancha anunciada
que sofoque el arenal.
Prendida en la arritmia, con una rabia muy loca,
conquistaré mis descampados sin ternura, prometo.
En nuestro limpio desprendimiento de lo sombrío,
hasta la desenamorada luz lo inunda todo,
llena de culpa y de teatros.
El peso de los cuerpos que se vencen en dos actos.
Como un barco que se parte en mitad del amor.
Cafeteras que arden y murmuran caricias que imagino
en la cepa de mis desórdenes,
portadoras de revólveres viejos
para pintar de cicatrices cada intento.
Sobornaré a las crías que le nazcan a mi desgana
que cobijo
cual poderoso animal
y me sacudiré lo extraño para reconocerme en la piel vuelta
más descarnada y viva que nunca.
Excitantemente porosa y permeable a tu verdad, a mi verdad.