Vine
recortada,
tras la
voladura,
matizada en
sal,
dibujando una parábola kamikace,
-viento divino-
conducida
extrema, por el ansia insobornable
de un arpón
euforia que libé cual néctar
mientras
habitaba un sueño de El Bosco.
Aullar y
reptar y ser de agua y ser alada y ser incoherencia convencida.
Traerte
todos mis ángulos y mis a solas
en un auxilio
desde el fondo
y rumor de
lo que hierve
y rubor de
unas mejillas repletas de fiebre.
Internarse
en lo tangible de unas caderas en movimiento.
Creciente,
goteando deseo
y fabricar con
el cuerpo
crestas de
ola
nombres que
se mojan
en
estallidos de enjambres de caricias y aguijones,
que la
vehemencia no es invisible
y no existe
fórceps para el bolardo de la memoria
Bien cruda,
directa a la descomposición
que se dé
lugar en tu torso lanzadera
lamí tu
cima
habitación
o perrera, pero prendida en corales,
mujer como
racimo que arde todos los agostos
y todos los
meses son agosto.
El corazón de tu tiniebla
me tiene
trepando tu aliento,
lejos del
frío de las carnicerías,
hendida en
el siroco de tu risa
esculpiendo
victorias en nuestra carne,
tramo y me
doblo
en tu semen
y te jalo
y buceas
entre crines despuntadas y suaves.
Que manen todos los vinos
en improvisada
etílica transfusión,
eres la
quemadura, lo abrupto y el cráter en el corazón.
Cuerpo o
amarre pero la punta de todo dolor.
La chance
de los que no creen,
desembocadura
de las manos y los labios,
crucero y
hundimiento.
La bulla de
las ganas aguardando a las puertas de un teatro
donde unos
cuerpos y sus dulces distritos fabrican reyertas
en las que
perder es vivir.