no entienden que tiro la basura en los poemas,
que me arranco la piel
seca,
descascarillo cicatrices a ver si sangran de nuevo.
mezo la herida porque
la confundí con la vida hace tiempo
y ya no sé cuál es cuál.
Arderemos
en todas direcciones, sí, como un géiser envasado al vacío hasta el día de,
hasta que reventemos en el poema y después la ristra de bombillas tristes tras
la fiesta en la plaza del pueblo. Sí, como estrellas fugaces de fulgor mortal y
deseos al viento. En las ramas de los árboles duermen los pájaros que picotean
mi alma al alba. Puedo armar un poema con ráfagas de mal aliento, un poema que
no se sostenga desde el principio porque ya alberga versos de fracaso. Puedo
gastarlo como se gasta el asfalto de tanto pasarle por encima y aún tendré
cosas que necesito decir. Tanto bello atropello que vender como lirismo. Como
un corazón que bombea tinta sucia. Y entonces recordaré lo obsceno de tu
tocarme como si quisieras llevarme al otro lado, pero al otro lado de qué. Al
otro lado de las cosas que nos saben inciertas pero ansiamos. Cuando las
mujeres escapan de las flores y los hombres se cuelgan medallones como anclas
del despropósito. El amor es morderse y vomitarse. Y así derrocamos la tarde
que nos nace ya moribunda y delata la noche y su color porque hay una ceniza que
viene de los sueños, los sueños que arden por dentro y la cama como una barca que
siempre vuelca y luego el frío. Hay un quejido que viene del tiempo que pasa lento. Hay un aullido sordo que delinque a oscuras
en mi tímpano, desquiciante y tan lleno. Me clavo sus esquinas. Arriba despacio
como un buque de guerra que viene encañonando, una nube sin viento. Es el dolor. Rehén forzoso que no escapa de nosotros. Es eso que
se me estrella por dentro, un monstruo con voz de crooner que pretende hacerle la autopsia a mi pasado. Ojalá remar en
la incertidumbre y hacerme fuerte en ella. Como el perro que abandonan en la
autopista y piensa que su dueño sólo está jugando.
Voy a masticar tus palabras en el aislamiento. Trémula me desharé entre las hojas de un libro que llora violento, cuando tú, labriego de la desesperanza, abandonas el hueco y esperas el calor a la vuelta.
La madeja enloquecida de mi cerebro tricota sinsentidos sin cesar y me dicta que con el hollín de nuestras venas cicatrizaremos en el poema más oscuro que siempre está por llegar.
Voy a masticar tus palabras en el aislamiento. Trémula me desharé entre las hojas de un libro que llora violento, cuando tú, labriego de la desesperanza, abandonas el hueco y esperas el calor a la vuelta.
La madeja enloquecida de mi cerebro tricota sinsentidos sin cesar y me dicta que con el hollín de nuestras venas cicatrizaremos en el poema más oscuro que siempre está por llegar.