no hay cicatriz que pueda con tu herida:
cela siempre un tesoro de amargura
la dorada morralla de la vida /Jon Juaristi/
Tuve, una piel tan fina como el papel de fumar
para sentir, el golpe de la mirada, lo turbio de la lengua,
el techo del éxtasis, la náusea de lo arrancado,
para sudar los deseos-incesante rocío
y celebrar la cadencia perfecta de un cuerpo sumergido en
otro cuerpo,
como si me clavara un paisaje en la carne.
Ahora, se me desmaya la luz de la tarde
en el pontefract que queda entre nosotros,
construido con torpe ilusión,
devastado por lo anárquico del asunto del amor y su malicia,
cuando la sonámbula pena nos pasea por edificios gigantes y
abandonados,
contando balcones, con sus saltos y moquetas tristes e
infectas,
con sus luces parpadeantes y sus señales de éxit hacia
ninguna parte.
Con el jaco de las canciones que atrapan momentos y surcan
nuestras venas,
y con una portuaria nostalgia
de ramera de vino y sobremesa
que nos hace sentir hasta bien
La lucidez es un barranco que nos estalla por dentro
sin necesidad de tirar de ninguna anilla
llámese país, mujer o cicatriz en el filo
pero algo desnuda a la neblina que envuelve la nada
la nada efervescente que pica en la garganta.
Como si nos metiéramos en la cabeza de Dziga Vértov,
plano cenital sobre nuestra miseria, nunca rescatada, nunca
recatada.
Perra insana que husmea la sangre bajo la ropa,
polvorienta y rocosa, luz del día que atraganta.
Para abarcarme por dentro sin reflejos,
haré de mi piel neopreno.
Coraza tributo que anule lo insondable del desenfreno.
Ancla tatuada en mitad del desgarro, demonios meridianos
haciendo en tu nuca su trabajo.
No hay sombra en la ausencia, sólo esperas en incendio.
Exilio de la oportunidad.
(Por ser mansa, por apestar a lejía).
Pánico en la simulación de vuelo. El peso y el poso de los
malos finales felices. Racimos de caricias que no fermentaron. Dudas, vidrio en
los ojos mientras sueño que amputo los mares que un día nos eclipsaron. Cuando
todo y digo todo, se arreglaba con un abrazo.