Me da la impresión de que si pones la música (y los libros posiblemente,
y el cine, y el teatro, y las cosas que tienen sentimiento y que te
hacen sentir) en el centro de tu ser, no podrás aclarar ni en broma tu
vida amorosa; no podrás pensar en esa vida amorosa como quien piensa en
el producto acabado. Tendrás que pasarte la vida dándole caña, tendrás
que mantenerla viva y revuelta; tendrás que darle caña sin parar,
desenmarañarla a cada paso, hasta que se te deshaga entre las manos y te
veas obligado a empezar otra vez de cero. A lo mejor es que todos
vivimos la vida a una intensidad excesivamente alta, al menos los que
nos pasamos el día entero absorbiendo cosas de alta carga emocional, y
es consecuencia lógica que no podamos sentirnos meramente contentos:
tenemos que ser infelices, o si no vivir en éxtasis, en un estado de
completa felicidad, y esos estados son difíciles de alcanzar dentro de
una relación de pareja sólida y estable. Puede que Al Green sea
directamente responsable de más cosas de las que había supuesto. Está
visto, los discos me han ayudado a enamorarme, sin duda. Oigo un tema
nuevo, con un cambio de acorde que me derrite las entrañas, y sin darme
ni cuenta ando buscando una chica, y antes de que me dé cuenta la he
encontrado. Me enamoré de Rosie, la de los orgasmos simultáneos, justo
después de enamorarme de una canción de los Cowboy Junkies; la ponía sin
parar, una y otra vez, y me ponía en plan soñador, y necesitaba una
chica con la que soñar, y la encontré, y …bueno, todo un problemón.