"France Inter, son las cinco de la tarde, hora de las informaciones, presentadas por..." Una breve sintonía y : "Acaba de llegar la noticia a los teletipos: ha muerto Jacques Brel".
En ese lugar, la autopista desciende rápidamente por un valle carente de especial encanto, en una zona situada entre la salida de Évreux y la de Mantes. Hemos pasado por allí mil veces, sin más cuidado que adelantar a un camión o empezar a preocuparnos por el dinero del peaje. De súbito el paisaje queda recortado, paralizada su imagen. Todo transcurre en una fracción de segundo. Sabemos que la foto está tomada. Esa subida de tres carriles totalmente anónima y gris que asciende hacia el valle del Sena cobra un carácter, una singularidad que no sospechábamos. Puede incluso que el canmión Antar rojo y blanco del carril de la derecha permanezca en la imagen. Es como si descubriésemos la realidad de un lugar que no nos apetecía conocer, que asociábamos tan sólo con cierto hastío con una leve fatiga, una taciturna abstracción del paisaje.
Teníamos de Jacques Brel montones de imágenes, recuerdos de adolescencia ligados a canciones, ese estallido físico de la ovación cuando cantaba Amsterdam en el Olympia en 1964. Pero todo eso desaparecerá. El tiempo pasará. Oiremos al principio muchas canciones de Brel, muchos homenajes. Luego irán espaciándose, hasta quedar en casi nada. Pero, cada vez, resurgirá el valle de la autopista en el momento de la noticia. Es absurdo o mágico, pero superior a nosotros. La vida genera su película, y el parabrisas puede convertirse en una pantalla, la radio en una cámara. Nos dan vueltas en la cabeza algunos fragmentos de esa película. Pero eso también lo hace el viaje, la falsa familiaridad de los paisajes borrados el uno por el otro que un día cristaliza. La muerte de Jacques Brel es una autopista de tres carriles, con un voluminoso camión Antar en la fila de la derecha.