malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

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martes, 18 de diciembre de 2012

mi cielo es hoy un mar invertido



El que hace una bestia de sí mismo se deshace del dolor de ser hombre
Samuel Johnson 

Tiene puntas afiladas nuestra noche,
pero hoy no.
Hoy este cielo se muestra como un mar invertido 
con sus estrellas vivas y esponjosas por una vez.

Te presto mi vida para que la uses
porque lo sé ya todo de ese dolor atávico 
que empuja como la gente a las puertas del metro.

Cuando ya sólo queda ser uno mismo
qué desamparo.
Ser sedienta y ser salmo
y ser el adoquín que arrancas con tus manos.

Hacernos de líquidos sueños para yemas que arden por una vez
y así el fulgor de tu sonrisa
que tiene forma de aliento y corazonada
que tiene forma la noche 
de cuerpos cóncavos y convexos que se buscan.

Y aunque temamos que el hombre no sabe vivir 
sin convertir en hábito las cosas bellas,
y aunque sepamos que se tatúa por no olvidar 
hasta el dolor,
porque el dolor nos grita vida,
seguimos la vereda a tientas,
con un enjambre en el pecho,
porque estamos algo rotos, algo segunda mano,
y por eso acariciamos el fango y le escupimos a las estrellas,
porque esto es lo que tocamos y el resto son promesas.


miércoles, 20 de junio de 2012

siento cordilleras dentro





estrella que mira estrellas
a través de las paredes
de una jaula llena de nada.
Ted Hughes

esta mañana llovía y el paseo, y el pasado, estaban llenos de flores mojadas que todo el mundo pisaba porque ya no eran bonitas...y yo imaginaba sus nombres y sus vidas mientras lo hacían y era como si los conociera a todos, como el little boxes de Malvina Reynolds.
yo sé que intentas leer mis cicatrices con tus dedos mientras duermo y muero de ganas porque escupas en mi boca ese poema que portas en el alma de tu averno. no quiero ser la partera de tu desgracia, sólo la gata en tu árbol cuando queda hacerle sutura a todos los precipicios que hemos abierto.

esta tarde tan preñada de hastío me vienen a la cabeza todas las que he sido. yo era la que leía a Gidé en una litera del circus youthhostel de Berlín. la que hacía fotos a ese león que rugía sereno en zoologischer como si fuera un amor viejo sin dientes, que ya no asusta, ni lo intenta. también era la que no notó que se le había dormido el alma hasta que algo se movió y sentí las agujas haciéndome esa no solicitada y torpe acupuntura. y la que se amarraba la mochila a la pierna en un tren nocturno rumbo a París. la que temblaba en la torre del Danubio. la que colgaba el cartel de se traspasa a su desesperanza. la que tomaba sorbete de mandarina en el Lletraferit y escuchaba canciones francesas en el Pastís.

esta noche te he encontrado porque somos líneas secantes que pretenden convertir los átomos en poesía y colores vivos. más felices o más fáciles. qué más dará. he vuelto a leer el texto de robert hass y me ha vuelto a gustar y he pensado en la tensión de los arcos y las flechas como metáfora del deseo. me he tirado en la cama, crujía y gemía como yo. mientras las rosas místicas se multiplican en mi jardín e interiorizo un sentimiento de pérdida por no sé qué.


sentir cordilleras dentro no me hace bueno pero es inevitable.


martes, 19 de junio de 2012

el privilegio de ser - Robert Hass


ilustración: Joao Ruas

Mucha gente está haciendo ahora el amor. En el cielo, los ángeles, en el imperturbable éter y el cristal de los deseos humanos se trenzan mutuamente los cabellos, que son rubios rojizos y tienen la textura de los frescos ríos. De tanto en tanto miran hacia abajo el trabajoso éxtasis –les deben parecer como aves sin plumas chapoteando en la cama encharcada– y luego una mujer que está por acabar, le hace abrir los párpados a un hombre y le dice: “Mirame”, y él la mira. ¿O es el hombre quien descorre el telón en el teatro a oscuras? Se miran entre sí de todos modos; dos seres con dos ojos evolucionados, rapaces, sorprendidos, pegados uno al otro por la panza con una baba lúbrica increíblemente dulce, y los ángeles se sienten desolados. Les indigna. Tiemblan, patéticos, como litografías de mendigos victorianos, con facciones perfectas y la piel de alabastro, vestidos con harapos en el callejón sórdido de la novela. A todas las criaturas les ofende esta pena. Se parece al lamento que la luna deja escapar a veces cuando sale. A los amantes les resulta especialmente intolerable, los llena de indecible tristeza, de tal forma que otra vez cierran los ojos y se vuelven a abrazar, y cada uno siente la singularidad mortal del cuerpo que durante una hora han alzado de la muerte con su magia, y un día, mientras corren al atardecer, ella le dice al hombre: “Me levanté tan triste esta mañana porque caí en la cuenta de que tú no podrías, por mucho que te ame, mi querido, curar mi soledad”, y toca su mejilla para reconfortarlo y que vea que no quería herirlo diciendo esta verdad. Y el hombre no se siente precisamente herido, entiende que la vida tiene límites, que algunos mueren jóvenes, sus amores fracasan como sus ambiciones. Va corriendo a su lado, y piensa en la tristeza que han logrado abortar con sus lamentos, cobijándose ambos con formas inventadas y antiguas de la gracia y torpe gratitud, listos para volver a estar solos o acaso insatisfechos, o a no ser más que buenos compañeros, como esas parejas en la playa que leen un artículo en alguna revista sobre la intimidad entre los sexos, y después se lo leen en voz alta entre sí, y luego a los inmensos, analfabetos, reconfortantes ángeles.