Incluso cuando se nos queman las historias estas gozan de
fulgor.
Cuando a vista de pájaro, son pequeños bosques que han
crecido y se consumen en nuestras manos. Cuando todo viene a hacerte el dolor.
El hilo envuelve la noche entera y aprieta y muerde nuestros huecos. La rueca endemoniada de los instantes necesita aceite y cordura.
Cuando presiento un mar en la espalda y tiemblo con los ojos mojados en sal.
Somos
sombras en los muros y caerá la tarde. Y las noches que soportaron nuestra
negligencia romántica ya dejaron de contarse.
Algo novelados, algo previsibles, animales henchidos de amor
con temperaturas poco delicadas. Fuimos.
Ungidos en el brillo urgente de las estrellas extasiadas que
vienen a morir en los ojos ahora y para siempre, tras la piel y sus
combinaciones, con sus cimas y sus pozos, en el punto-puñal definido, en alguna
cicatriz había que detenerse.
a respirar. a morir.
La carne exaltada conoce la travesía cuando muerde el
puerto. Antes vive la pasión improvisada que sólo entienden los amantes untados
de miel y bella rabia.
Lo que viene tiene algo de ceremonia y de luz que se desata
en las grietas y nos convierte en extraños. Y ahora diré infinito, labio, venda,
suelo.
Y rodeada de espino el alma, verá como le estalla el
caparazón al mañana y en la nervadura de nuestra fuerza y el viraje que sufre
el sentir, iremos al soltar la sucia pena bien lejos, para no escuchar sus
gritos al llegar a nuestras casas.