malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

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viernes, 24 de febrero de 2023

Incomprender el mundo, Javier Velaza

 ANOCHECER EN MONASTIRAKI

Incomprender el mundo. Esta tarde
en esta terraza de Monastiraki,
con una copa de retsina, iluminado
por la sombra sagrada de la Acrópolis,
sabes bien que esa es la auténtica misión:
incomprender el mundo. Los turistas
y los gatos regresan de aplaudir
la caída del sol en el Areópago.
Atenas anochece apenas sin dolor.
No hay un sitio en el mundo donde mejor se sienta
que todo ha sido inútil aunque haya sido hermoso.
Esta arena que pisas contiene todavía
fragmentos de la copa de Sócrates, Pericles
bajó por esa cuesta ya enfermo de la peste.
Ahí mismo, donde ese camarero
esboza con tres pasos torpones un sirtaki,
alguien mató a los dioses hace mucho. También
tú has matado lo tuyo por el sueño
griego de la razón, la gran metáfora.
Pero no te arrepientes. Tú anocheces
apenas sin dolor también y das por bueno
que todo ha sido hermoso aunque haya sido inútil.
Ahora eres solo otro turista más
que pasea sin rumbo entre las ruinas
abandonadas ya del pensamiento
—si hoy es martes, debe de ser Platón
quien nos explica el mundo inexplicable,
si es miércoles, Byung-Chul Han—,
y, cuando cae el sol, aplaudes indolente
y buscas junto a un gato una terraza
donde tomar tu copa de retsina
e incomprender perfectamente el mundo.







CATÁBASIS

Sales de casa huido de ti mismo. Necrópolis
de vivos, la ciudad te espía entre cipreses
y sospecha que buscas aquello que perdiste,
y no entiendes qué es. Y no te tiene lástima.
En medio del camino de la vida te sabe,
sin dirección. Te enfocan las luces del crepúsculo
y desfallecen. Pasas junto a la vieja iglesia:
los dioses han dejado de creer en nosotros
porque les dimos miedo. Te saludan,
con la mirada mate de la hulla,
tres almas enfundadas en sus cuerpos
insepultos: van al baile de máscaras.
En los parques el viento arremolina
portadas de periódico que informan
del fin del fin del mundo. ¿Qué canción
te sacará de allí, rota tu lira?
¿A qué rama aferrarte, si te hundieses?
En las sesiones golfas de los cines
se proyecta el futuro en versión
original, oferta dos por uno.
El diablo sabe que eres como él,
el más sabio de todos los idiotas,
el más audaz de todos los cobardes,
el más alegre de los hombres tristes,
y no puja por ti. En el Paradise
no permiten entrar con tus sandalias
de pecador. Y ya es la del alba,
y un día más esta ciudad te observa
de reojo volver despacio al purgatorio
de tu casa igual que regresan los héroes:
con las manos vacías de esperanza
y esta injustificable fe en el hombre.

miércoles, 1 de enero de 2020

Andante - Javier Velaza




Tú viniste vacía como una copa nueva.

Desnuda tú llegabas: yo te vestí de vino,
porque quise cantar sobre ti la cosecha
de mi tierra baldía. En cada poro tuyo,
en cada recoveco, la cantidad exacta vertí 
sin derramar una gota.

A la vista 
fuiste entonces cereza irisada de sangre,
un tornasol de púrpuras con ribete grosella,
orgía de granates.
En nariz, confitura, regaliz, 
alcanfores me trajeron memoria
de maderas de infancia.

Mi lengua buscó luego
el ataque primero,
intenso,
estructurado,
un largo retrogusto con notas minerales,
discretamente amargo para el final de boca.

Te bebía al principio con liberación minúscula,
pero fui después sorbo que te paladeaba,
y al fin trago sin tasa ni piedad ni vergüenza,
ávida bocanada de borracho de esquina.

No temo hacerme adicto al vino de tu cuerpo,
ni agotar embriagado tu secreta bodega,
porque siempre he sabido que es abstemio el demonio
y que nosotros somos la resaca de un dios.




por nuestros futuros locos años veinte


martes, 26 de abril de 2016

bestias, de Javier Velaza






Para otros la mesura. Para otros,
besos asosegados, despaciosas caricias,
ternuras, educada pasión prudente, pausas,
calmo previsto amor. Todo eso para otros.


Y también para ésos las palabras de azúcar
en susurro, manidas cantinelas te esto, te aquello,
y candelabros trémulos y sedas y perfumes.
Para otros esas cosas -o para ti tal vez
en diferente sitio o para mí en tu ausencia-,
mas no para los dos ahora y juntos.


Nosotros nos sabemos amar como alimañas,
con dentelladas fieras, sin piedad, a degüello,
en tierra nos batimos con saña de animales
salvajes predadores por el fuego cercados,
y colisionan dientes, pieles penetran uñas,
orificios se anegan de mares de saliva
y hasta los huesos crujen crispados del abrazo,
con gargantas, con puños, nos amamos con todo,
descuartizando miembros a jirones,
entre terribles gritos del vientre proferidos,
encarnizadamente voraces nos amamos
hasta la última sangre, a muerte,
                                                                          a muerte,
                                                                                       a muerte.
Como bestias.






*hay regalos que sólo se hacen las bestias. ni flores, ni frases de algodón. hay regalos que son barcos que cuando se hunden resplandecen, rajados, abiertos, tragando océano, brillan brutalmente, son todo piel, son todo sal y verdad.

 


jueves, 17 de enero de 2013

desnuda - Javier Velaza





Desnuda tú, la noche cicatriza
como restablecida por un bálsamo.
Mi miedo tiene miedo y huye a guarecerse
en la cueva sinuosa del recuerdo.
Desnuda
tú, se instaura un dominio tranquilo, ese oasis
regado por el dócil caudal del abandono.

Las cosas son allí como las cosas
habrían de ser, pan es el pan y el vino
adormece el dolor de vida que me punza
como plaga intestina de alfileres.
Allí mi patria es sólo tu perímetro,
y no hay pleamar que venga a zozobrarme,
y allí se acaba todo y todo empieza y todo
permanece.

Así las cosas,
desnuda tú.

Pero después te vistes.
Cuánto aborrezco yo que tú te vistas,
que te vayas poniendo una a una
esas abominables prendas del desconsuelo
-tus braguitas del pánico, una blusa
color incertidumbre, calcetines
de guerras y la falda
inconsútil de la ofuscación-.
De mundo te me vistes, de catástrofe,
y debes de saber que lo detesto,
porque usas de un sigilo escrupuloso entonces,
y yo me hago el dormido y me pregunto
qué males cometí para tanta condena,
qué inicua ley es esta que le pone
tasa a tu desnudez
y a la alegría.

Hay que hacer perdurable este espejismo.
Tenemos que excavar un foso a dentelladas
y erigir con las uñas murallas colosales.
Y yo seré un ejército sanguinario.
Y haremos
de esta pequeña cama una trinchera
donde tú estés desnuda para siempre.

jueves, 29 de noviembre de 2012

"segunda hybris" - Javier Velaza




(Antes de aquel instante ella albergaba océanos,
abisales dominios donde duerme la noche,
piélagos habitados por seres imposibles,
hidras, rayas, siluros, medusas, hipocampos,
formidables escilas de letal alarido).

Él sondeó las cálidas corrientes en sus sienes,
las venas una a una de aquel cuerpo reciente,
batíscafo de linfas se embriagó en el espasmo
del prodigioso pálpito que por fin la animaba,
al fin viva, al fin viva, al fin estaba viva.

Se sumergió en aquellas plácidas tibiedades
–tan lejos ya la fría blancura de su mármol
inerte a la caricia, desoladoramente
congelada al contacto su pasión de necrófilo–,
recorrió cada playa, descansó en las bahías,
seguro de que cada silencio era el primero,
porque la ley exacta del abismo la saben
los dioses solamente y él era un dios, lo era.

(Y ella sintió perpleja el trasiego en su vientre
sin discernir si el sueño era este o el otro).
Él concibió la fiebre de lo inmutable. Quiso
la obra de su deseo en un ya sempiterno,
perenne todo, todo perpetuamente inmane,
eis aiei, eis aiei, bramaba en su locura.
(Ella experimentó como una aguda ráfaga
el asombro fugaz de saberse a sí misma).

Planeó iluminarla de soles sin ocaso,
la clepsidra acostada sobre el truncado gnomon
habría de sellarlos en lo eterno. Mas dicen
que la palabra Siempre le cercenó los labios.
Qué dolor inefable de metales al rojo
lo atravesó, qué burla saberla tan efímera,
qué desmesura estéril si ella había de rendirse
también a la secuencia que todo lo consume.

Entonces él devino un fragor de blasfemias
contra el cincel y el beso y el hálito de Venus
que a través de su boca descabelladamente
le habían conferido la vida y su contrario.
(Y ella, casa sin puertas, a punto de vigilia
intuyó otro letargo duplicado en sus vísceras).

Aborreció la carne como hubo odiado el mármol,
y en sí mismo el principio que muta las sustancias
y a ella, que no era ella, porque no era perfecta
(ella no tuvo nombre, no se nombra lo Uno).
Y deliró el milagro de otra metamorfosis
–tal era su suplicio, pero él estaba ciego–,
y otra vez Pigmalión la deseó sin vida
porque sólo los muertos pueden ser inmortales,
otra vez solitario demiurgo insatisfecho
otra vez Pigmalión.

miércoles, 24 de octubre de 2012

el salvavidas - Javier Velaza


No es inútil amarse,
finalmente.
Lo mismo que amaestrar serpientes, nos exige
técnica refinada y perder la vergüenza
de actuar frente al mundo en taparrabos.
Y unos nervios de acero.
Pero amar es oficio
saludable también: su liturgia apacigua
el ocio que enajena -como supo Catulo-
y perdió a las ciudades más felices.
Bajo la cuerda floja dispone -no pidáis
una red, porque tal no es posible- otra cuerda,
tan floja, pero última
tan inútil a veces,
bajo la cual no hay nada.
Y entreabre
ventanas que te oreen la cólera y exhiban
a tu noche otras noches diferentes, y así
sólo el amor nos salva a fin de cuentas
del peligro peor que se conoce:
ser sólo -y nada más- nosotros mismos.
Por eso,
ahora que está ya dicho todo y tengo
un sitio en el país de la blasfemia,
ahora que este dolor de hacer palabra
con el propio dolor
traspasa los umbrales
del miedo,
necesito de tu amor como analgésico;
que vengas con tus besos de morfina a sedarme,
y rodees mi talle con tus brazos
haciendo un salvavidas, para impedir que me hunda
la plomada letal de la tristeza;
que me pongas vestidos de esperanza -ya casi
no recordaba una palabra así-,
aunque me queden grandes como a un niño
la camisa más grande de su padre;
que administres mi olvido y el don de la inconsciencia;
que me albergues de mí -mi enemigo peor
y más tenaz-, que me hagas un socaire,
aunque sea mentira
-porque todos es mentira
y la tuya es piadosa-;
que me tapes los ojos
y digas ya pasó, ya pasó, ya pasó
-aunque nada se pase, porque nada se pasa-,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó.
Y si nada nos libra de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida.