He
sentido cómo se contraía por dentro tu recuerdo, en un ovillo mojado en tiempo
y llamas. Serán los domingos suspendidos desde un hilo tenso que ata mi
esternón a mi nuca. Será la resaca de tu cuerpo y sus sales y sus especias. Y
seré yo intentando convencerme de la belleza en la arritmia que crece en este
cuerpo mío, nido de carne.
Qué
culpa tendré yo de tomarte por las espinas.
Qué culpa tendré yo de que se nos
parta en dos la sangre.
Frotas
dos mundos, inventas paraísos entre tus muslos en tu búsqueda de infiernos que
regalarme.
Así
que vagaré en mi propio delirium tremens cada vez que me faltes y cuando me
acerque a escupir la última gota maldita que inventaron los sádicos de la impaciencia,
basta, seré incapaz de hallar el
freno en la entraña. Me recrearé en el desvelo que me brindas de espuelas y
estrellas y faldas.
Culpa
a la sangre y a lo brusco del deseo, pero no me culpes a mí. Culpa a los martes
y a las neveras que son las camas vacías. Pero no me culpes a mí. Culpa a los
ceniceros infinitos y a las botellas de fondo imposible con sus sirenas y sus
mares. Culpa a los poemas y a las camareras pero no me culpes a mí cuando
salvaje y distraído me escapo de mí mismo y muero buscándote.