Tú viniste vacía como una copa nueva.
Desnuda tú llegabas: yo te vestí de
vino,
porque quise cantar sobre ti la cosecha
de mi tierra baldía. En cada poro
tuyo,
en cada recoveco, la cantidad exacta
vertí
sin derramar una gota.
A la vista
fuiste entonces cereza irisada de
sangre,
un tornasol de púrpuras con ribete
grosella,
orgía de granates.
En nariz, confitura, regaliz,
alcanfores me trajeron memoria
de maderas de infancia.
Mi lengua buscó luego
el ataque primero,
intenso,
estructurado,
un largo retrogusto con notas
minerales,
discretamente amargo para el final de
boca.
Te bebía al principio con liberación
minúscula,
pero fui después sorbo que te
paladeaba,
y al fin trago sin tasa ni piedad ni
vergüenza,
ávida bocanada de borracho de esquina.
No temo hacerme adicto al vino de tu
cuerpo,
ni agotar embriagado tu secreta bodega,
porque siempre he sabido que es
abstemio el demonio
y que nosotros somos la resaca de un
dios.
por nuestros futuros locos años veinte
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