Al nivel de mar, observo como el tiempo va mutilando la
pena, como un oleaje a su costa. Nunca fui un fuera borda. Puse todo lo que tenía. Una xalana y toda la sangre. Mi perímetro y lo que daban mis piernas. Lo más mío. Esperpéntica, braceando en la distancia. Con mis pañuelos blancos. Diciendo estoy aquí. Vacié mis bolsillos. Podían parecer pedazos, pero era yo. Lo que salvé. Lo dispuse todo sobre el mantel. Un picnic. Un corazón en descomposición, los cubiertos, el hambre.
Más tarde, dedicarse a describir el fondo pero sin certezas, como un recién llegado que aún
no ha encendido la luz y no sabe de la carencia de ventanas. Palpando a kilómetros de distancia. No sé hacerlo mejor, siempre lo dije, no soy la Maga.
Querer correr sin dorsal, también es eso. Que te entiendan y te abracen y valoren tus abrazos.
Y finalmente, con peligrosa sencillez, habitar el abismo como el que habita la
carne del sueño y hacer de nuestro amor batiscafo.
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