“quién eres? Soy 1
extranjero para dios/
para la policía/para mí
mismo”
Papasquiaro
tengo esa cualidad, de modo fino la
llamaríamos abstracción, realidad llana y dura, dinastías de alta
graduación. Un perro verde, un Naia, un Jean León...cualquier cosa que diluya las tardes
torcidas o confinadas. Los domingos, carnicerías los llamé hace
años, siguen siéndolo en ocasiones. Esa es mi estela, no hay más
ramas. La luna en el mar riela, recitaba en quinto curso. He sido la
del corrido mexicano también, y al final, quiero verte de nuevo
contenta...
La luna en el mezcal riela. O aquella
noche en un youth hostel de Viena, donde un chileno me hablaba de
María Sabina y de cómo, hasta los topes de peyote, vio a la luna
devorar todas las nubes mientras oía los pasos de las hormigas. Yo
con dieciocho ya sólo pensaba en eso, en una tal María Sabina y en
el paso de las hormigas. Después llegaron tantas cosas y tantas
nada.
Me flipé por Basquiat. Me leí todo
Dostoievski en trenes mientras cruzaba y descruzaba Europa. Y a Gidé
en una litera en Berlín. Lloré de frío en la torre del Danubio.
Atesoré todo tipo de sueños y cimas. Los ochomiles, les llamaríamos
después. Todas esas pendientes que subiríamos sí o sí. Sin
sherpas, pronósticos o celebraciones.
Ay los sentimientos, como jineteras
calle arriba calle abajo, qué caras y qué crueles. Cuántas fiebres
y cuántas raíces afiladas bien adentro. El búnker prefabricado que
nos trajeron a casa una tarde cualquiera de espanto. Y se acotó y acostó en
nuestras lindes, el corazón del pánico.
Mi mente haciendo trompos en la cresta
del dolor, ya fue costumbre. Y cómo surfeaba la maldita...
A veces el poema no llega y solo tengo
una orilla sucia de testamentos que no me implican. Romero y llanto.
Me endemonio y goteo. Y el corazón es un campo labrado.
Y soy barrancos y hechizos, no me lo
tengas en cuenta. Se me pasa. Todo se me pasa. Incluso la mujer que
soy, pasa y se desvanece. Como una jaqueca, como una resaca, como un
tornado.