Suena Mi pequeña muerte en ti y mi mente baraja pensamientos dispares. Un Ave planeando sobre La Almudena, un buitre sobre el de Oaxaca, un cuervo en Pere Lachaise, o tal vez un hornero en La Recoleta de Buenos Aires.... En realidad la mejor medicina es dejar que sangre, que brote, que manche la habitación y el cuerpo, antes de esa horizontalidad perenne. El deseo y la rabia ahora son un muñón que se retuerce más allá de un cuadro de Bacon. Hay obras que realmente te salpican, te escupen, te gritan, te ensucian bella/mente, a ellas me dirijo en un acto de sonambulismo feroz. Quiero derrotar vacíos. Será que es domingo de carnicería, una vez más, será que me quedé, una vez más, encallada en esa escena ácida de Easy rider (obra maestra). Y mi cabeza y su obturador desangrado para amarrar momentos, instantes de barbarie animal, cuando llueve en la piel, justo ahí, amarrados todo es mejor. Los medios tiempos son veneno. Pienso en ciudades sobrevoladas por helicópteros como banda sonora. Pienso en señuelos, esa cetrería verbal. Pienso en la piel como una droga y verlo todo con ojos de Lorca, tan 1910. Como en las carreras de caballos, al amor le ponemos un nombre hermoso y arrollador sin pensar que tal vez debamos sacrificarlo, si no llega, si tarda, si se rompe. Y así, de repente, mezclando cementerios e hipódromos. No me preguntes porqué. Únicamente saber amar no es tan malo.
malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank
domingo, 19 de diciembre de 2021
Cetrería verbal
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martes, 7 de diciembre de 2021
El latido en el paladar
Hoy, estaba soñando, y en mitad de la madrugada me he levantado. He atrapado el sueño, como si hiciera pause en él y he ido a la cocina, descalza y sin encender ninguna luz. La casa es como un cuerpo que conocemos y por el que reptamos a oscuras, de memoria, como una ciudad interior, atajos, panorámicas del temblor, baldosas crujidas, tugurios amados, escalones, dónde volver y de dónde huir, lo sabemos todo. He cogido un cuchillo, el más afilado, el que mejor corta el corazón de las manzanas que suelo comer de pie en la terraza mientras miro las sabinas del bosque, ese manto verde que me tapa la carretera y he rajado ese pedazo de sueño en el que ansío quedarme a vivir. Lo he hecho con precisión poética y cirujana porque no quería dejar nada fuera, como esa línea de puntos de la que no salirse. Ha sido como recortar el deseo o el amor o las ganas de vivir que vienen a ser lo mismo. Hay gente que recorta muy mal, de hecho no saben usar las tijeras y mucho menos un cuchillo. Aún siento los regueros de sangre recorriendo mis muslos deslizándose por la cara interna de mis gemelos hasta mis tobillos y me he excitado y ha sido hermoso. Las baldosas dibujaban un atlas improvisado, eran islas que goteaban de mi cuerpo, recién nacidas. Creo que gritaban o gemían, pero el idioma del grito y del gemido es universal así que cualquiera habría comprendido lo que estaba sucediendo en mi cocina a oscuras de madrugada. Mientras observaba ese archipiélago neonato pensaba que las islas son trampas que buscan tropiezos, cepos en mitad de la humedad. Malabares en los ojos del viajero. E imaginaba qué nombre darle mientras seguía cortando tratando de no salirme. A la vez el latido en el paladar de mi sexo se amplificaba y me dictaba lluvias y electricidades, y yo, me adueñaba de tu temperatura y te susurraba: aguarda, que ya vuelvo. Solo será un momento.
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